Una historia con final feliz

Bajo el sol de Italia: Una etapa inolvidable llena de pasta, risas y amor Italiano

Hoy quiero alejarme por un rato de las temáticas principales de la página Consumo Responsable, las finanzas personales y la ecología doméstica,  para contarles algo que me pasó hace mucho tiempo y que echa por tierra ese refrán popular tan conocido que dice “lo que mal empieza peor termina”.

Cuando era  muy joven, con mi muy joven esposo  (noten la sutileza de la ubicación temporal) vivimos por unos cuantos años en el norte de Italia. Primero pasamos unos años en Génova y luego “tierra adentro” de la Liguria, que nada tiene que envidiar a la belleza del Piamonte,  en un pequeño pueblo de los Alpes Marítimos. En realidad, ese pueblo, Case Rosse, era sólo un puñado de casas apretadas en la ladera de la montaña. En comparación, Ferré, mi pueblo natal, de entonces apenas 1.200 habitantes, en plena pampa húmeda argentina, es una urbe cosmopolita al que sólo le faltan los rascacielos.

En esos años, a finales de la década del ’90,  tuve un  problema médico muy simple en los pies y recurrí a la consulta con mi doctor de cabecera, asignado por la sanidad local, que ejercía en otro puñado de casas que quedaba casi pegado al nuestro.  Camilo 👨‍⚕, quien nos había visto una o dos veces (éramos muy jóvenes y saludables) me recetó un antimicótico muy común asegurándome que con eso resolveríamos todo.  A las pocas horas supimos –todos- que yo era alérgica a ese medicamento: me provocó una erupción nada agradable y muy intensa en las dos piernas.

Mi marido rápidamente me llevó a la guardia médica más cercana donde decidieron, como hacen en los casos de fuertes alergias, dejarme internada sin siquiera poder volver a casa a buscar mis cosas personales.  Temían que el brote siguiera avanzando hasta afectar mi respiración u otras posibilidades igual de preocupantes.

El hospital público estaba en Bussana, entre Imperia y San Remo, sobre la costa lígure.

Y aquí empieza la parte linda de la historia. El hospital en el que pasé una semana completa es un viejo y muy elegante edifico que tiene vista al mar Mediterráneo, con salas amplias y balcones iguales de amplios que las salas! Mi rutina hospitalaria consistía en aplicaciones de crema en todo  el cuerpo que el personal médico llamaba “sábanas” porque luego me cubrían con ellas para que actúe el medicamento y así estaba un buen rato.  Estas aplicaciones no me provocaban ningún dolor y hasta podría decir que eran agradables. Los médicos y enfermeras siempre fueron muy amables conmigo, la única extranjera y creo que la más joven de todo ese sector del hospital, y nunca me faltó la cálida contención de mi marido.

Al mediodía me deleitaban con algún plato –simple pero delicioso- de la cocina italiana.  De la tradición culinaria lígure viene el pesto, la focaccia, la pasta rellena con salsa de nuez y varias exquisiteces más, y el personal de cocina hacía honores a estas raíces.  A la tardecita pasaban por la habitación para que cada paciente optara por “minestra o minestrone” para la cena. Por supuesto que mi respuesta siempre era “minestrone”, una sopa muy espesa que, aún hoy, es uno de mis platos preferidos.

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Para cubrir los ratos entre aplicación y aplicación pensaba mi amiga italiana, Lella💜. En sus  visitas me proveía de las últimas revistas de actualidad, de espectáculos y de algún otro tema que pensaba pudiera interesarme. En esa época las revistas venían llenas de pequeños tesoros: muestras gratis de perfumes, de cremas, de jabones, y de todo lo que imaginen se pueda pegar en la tapa y en el interior de una revista, en pleno auge económico y  marketing rabioso.

Eran épocas previas a Internet. Los recursos disponibles para pasar el tiempo eran las charlas directas y la lectura, ambas actividades que siempre fueron de mi agrado, y más aún en un balcón sobre el Mediterráneo. Y la vida transcurría totalmente “off line”. Los más jóvenes ni siquiera pueden imaginar esa realidad.  No tenía entonces mi Facebook,  mi Instagram ni mi Twitter (espacio publicitario😀).

Tanta dedicación y tanto relax surtieron los mismos efectos que un spa. Mi piel lucía como nunca y mi humor estaba de maravillas.

Tanto Camilo, los demás médicos y las enfermeras de esa institución, y también mi amiga Lella, nutren la larga, larga, lista de personas a las que estoy agradecida por haber pasado por mi vida,  aunque sea por un breve tiempo.  En mis noches de insomnio hago algo que les recomiendo: vuelvo con mi pensamiento a todas esas personas, a cada una de ellas, y repaso esa lista en algo muy parecido a un rezo, deseándoles lo mejor, aquí y siempre. No me sirve para volver al conciliar el sueño pero al menos no me invaden los pensamientos negativos tan típicos de esas horas!

Lo que mal empieza….puede terminar excelente, si sabemos encontrar la actitud justa!!

Porque bien podría haberme enfocado en lo negativo de esa situación: la preocupación por la emergencia médica, los pinchazos de las inyecciones, el compartir habitación con personas desconocidas y hasta la falta de mis objetos personales. Pero aún hoy tengo que hacer un gran esfuerzo para hacer esta enumeración.  Siempre mis ojos vieron lo bueno. Contextualicemos: eran ojos de una jovencita de la pampa húmeda “della fine del mondo” que conservaba intacta e intensa la capacidad de asombro.  Un atardecer sobre el Mediterráneo, en pleno corazón de la moderna Europa, tenía para mí un valor diferente que para el resto de mis compañeras de habitación, muy probablemente con problemas de salud más serios.

Pero siempre es importante la actitud. Nunca, o casi nunca, la realidad exterior es la que determina nuestros sentimientos sino nuestros ojos, que la miran y la interpretan. Y en eso seguramente me dará la razón mi amiga Giselle, de Experiencias de la vida, que es tan conocedora del tema que ha escrito un libro sobre inteligencia emocional.  Seguramente  ella coincidirá conmigo en esto de que “si la vida te da limones, hazte una limonada” y mejor aún invita a un amigo que traiga ron!😉

Para terminar les dejo un “salto en el tiempo” o  prolepsis, como en algunas novelas.

Pasaron 13 años (sí, trece) y un cambio de siglo y finalmente pudimos realizar el viaje en familia tan deseado, con nuestros dos hijos de 7 y 11 años, para volver a ver lugares y amigos tan entrañables. Tuve pocos momentos más gratificantes que llegar, con nuestros hijos por delante y mis brazos en sus hombros, mostrando a mis amigos los dones que la vida nos había regalado en esos años que no nos habíamos visto.

Pero entre tanta invitación, descubrimientos culinarios y banquetes de reyes,  #mihijomayor💖 tuvo un atracón y unas líneas de fiebre. Nuestros anfitriones llamaron al doctor, el mismo médico de la alergia, Camilo, que al poco rato vino a la casa. En esos minutos preparé mi “speech en italiano” para contarle y traer a su memoria algún dato o información que le permitiera recordar, aunque sea vagamente, la semana de hospital/spa que me había regalado.  Pero no había terminado de subir las escaleras cuando escucho su vozarrón característico, y luego veo sus brazos abiertos, diciendo: “Come stai?!, allérgica alla terbinafina!!”

Por unos minutos no pude responderle, algo me había entrado en los ojos.😢





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